La fiesta involvidable.

Por Juan Carlos Rotter.

Quien no tiene escondido en el ropero algún fiestero o fiestera que puja por salir esperando la ocasión propicia. No arranquemos con el chivo expiatorio de la Fiesta de Olivos que si no fuera por la presencia estelar del líder del Albertismo sin Alberto hubiera pasado al olvido sin pena ni gloria. O por las clandestinas en nuestro pago que todas terminaron con un patrullero en la puerta y unos cuantos escabiados impedidos de fugarse por la medianera o el alambrado según la postura. Por lo tanto, el que esté libre de pecado que tire la primera piedra. Salvo algún baluarte municipal que por falta de recursos no puede ni armar una kermes quien más quien menos están todos enganchados. Pero siempre aparece algún benefactor devenido en funcionario o aspirante a dirigente político que tira un pernil y unas empanaditas y al toque se arma una fiestita. Para que nadie se quede sin una alegría. Al fin y al cabo, estamos en democracia. Un buen momento no se le niega a nadie. La cosa es que producto de una chambonada hubo que blanquear el tema de la partusa. En primer lugar, vale un sincericidio. Los sanjuaninos y las sanjuaninas tenemos más fiestas que versiones de Raffaella Carra con fantástica, fantástica esta fiesta. ¡Ojo que nadie se sienta aludido!. Pero fiestas inolvidables como las de Ana María no tienen parangón. Con todos los chiches, rifas, bailoteo, morfi y escabio a morir, hasta podías salir de novio o de novia, eso sí, había que garpar un bono contribución. No jodamos, no todo en la vida es gratis. Encima si estabas cortina la ayuda social de Udap decía presente. Que se entienda bien por favor no se trata de herir susceptibilidades, pero en comparación con la última realizada en Rivadavia ni hablar. Veinte palitos salió la joda y llevarte solo una selfie con Fabián Belmondo y Marcelo Delon es una tocada de tujes que no se puede asimilar así nomás. Ya sabemos que andar de festichola y gratarola es el anhelo de todo busca. Convengamos que siempre hacer una fiestita y tirar la casa por la ventana con la guita de otro es un negocio fenomenal. El tema es que en algún momento la moneda cae y alguien se aviva. En este caso deberían ser los dos mil docentes que participaron. Pero nobleza obliga no está de más aclarar que una cosa es que la organice un avezado ventajita de la noche y otra un avezado servidor público. ¡No sé si me entendes!. En épocas de vacas flacas las costillas son más fáciles de contar. Hay cuestiones que son incomodas de explicar bajo estas circunstancias. Pero cuidado en caer en falsas posturas. Existen pymes que se dedican a este legitimo negocio, como también una dirigencia política que las utiliza como herramienta en beneficio propio y un estado que la adopta como política pública, un mix que a veces puede llamar a suspicacias. Esto no quiere decir que no se tenga que debatir como gasta el estado (provincial o municipal) en estos menesteres y menos aún su transparencia. La línea delgada que hay entre el uso de los dineros públicos con fines políticos y del entretenimiento se ha hecho cada vez más fina. La dirigencia política debe entender que el poder no es impunidad y nosotros como sociedad debemos involucrarnos con mayor decisión sobre las acciones que toman nuestros gobiernos con la guita de todos y todas. Más allá de los tiempos que corran y de nuestra sensibilidad hacia el presente. El estado tiene la obligación de informar lo que tiene pensado hacer con los dineros públicos. Otro cantar es si compartimos el diseño de las políticas públicas que ejecuta el gobierno de turno. ¡Para eso existe el voto! El cambio de época que estamos transitando lleva implícito que se va agotando la política del pan y circo. La actual argentina social requiere de mayores responsabilidades por parte de los que manejan el estado, el apego a la ética publica y el de garantizar el acceso a la información de cómo se concreta el gasto público. ¡La conducta de nuestros funcionarios no es joda!

La fiesta involvidable.

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